Rodrigo Díaz de Vivar: El Cid Campeador

Infancia y juventud
Rodrigo Díaz nació hacia 1048 en Vivar, a orillas del río Ubierna, cerca de Burgos. Hijo de un caballero de la pequeña nobleza, creció en un entorno marcado por la guerra, la honra y la frontera. Fue educado en la corte del infante Sancho de Castilla, donde se formó como caballero en el arte de la espada, la equitación, la justicia y la diplomacia.No era noble de alta cuna, pero sí de carácter férreo. Su nombre resonaría pronto en las llanuras de Castilla como el Campeador, el vencedor en combates singulares. Más aún: sus enemigos musulmanes acabarían llamándolo El Cid, del árabe sayyid, "señor". Un apodo que no otorgaban a cualquiera.
El brazo derecho de Sancho II
Al morir el rey Fernando I, Castilla fue heredada por Sancho II. Rodrigo, ya convertido en su alférez real, fue su hombre de confianza. Juntos combatieron sin descanso para reunificar el reino, desafiando a sus propios hermanos, Alfonso VI de León y Urraca de Zamora. En la batalla de Golpejera, Rodrigo rompió la formación enemiga con una carga salvaje que dio la victoria a Sancho.Pero todo cambió frente a las murallas de Zamora. Sancho cayó asesinado en circunstancias turbias. Rodrigo, desconfiando de Alfonso, le exigió juramento público de que no había conspirado con su hermano. Así nace la leyenda de la Jura de Santa Gadea, en la que el joven caballero obliga al rey a jurar "que no fuiste tú quien mató a tu hermano".
Primer destierro y gloria inesperada
Pese a su lealtad, Rodrigo fue desterrado por Alfonso en 1081. Oficialmente por atacar Toledo sin permiso. En realidad, por miedo a su creciente popularidad. Lejos de doblegarse, El Cid cabalgó hacia tierras musulmanas y ofreció su espada al rey taifa de Zaragoza.Allí derrotó a los condes de Barcelona en la batalla de Almenar. Capturó a Ramón Berenguer II y, tras tratarlo con respeto y devolverlo sin rescate, ganó la admiración de propios y extraños. Su nombre cruzaba las fronteras. Era temido por cristianos y musulmanes por igual, pero respetado por todos.
Segundo destierro y camino a la independencia
El desastre cristiano en la batalla de Sagrajas llevó al rey Alfonso a suplicar el regreso de Rodrigo. Pero poco duró la reconciliación: en 1089 volvió a ser expulsado. Esta vez, El Cid no regresó a servir a nadie. Decidió crear su propio reino. Y lo haría con astucia, espada en mano y paso firme hacia el Levante.Reunió una mesnada fiel y hábil, hombres dispuestos a todo. Aliado y enemigo de moros y cristianos según conviniere, El Cid tejió una red de pactos, conquistas y lealtades que culminarían en su gran obra: Valencia.
La conquista de Valencia
Valencia era entonces un tesoro codiciado, un cruce de culturas y comercio. Rodrigo la asedió con paciencia de zorro y la tomó en 1094. Ya no era vasallo de ningún rey. Era señor de una ciudad regida por él, donde convivían cristianos, musulmanes y judíos bajo su autoridad.Y fue también su mejor general. En la batalla de Cuarte, tras tomar Valencia, los almorávides intentaron recuperarla con un ejército abrumador. El Cid fingió debilidad, atrajo al enemigo a un terreno abierto... y los aniquiló con una carga por retaguardia digna de las crónicas épicas. Su leyenda, ahora, era invencible.
Un héroe más allá de la muerte
Murió en Valencia en julio de 1099, quizá por una infección. Pero la leyenda cuenta algo distinto. Dicen que, al saberse moribundo y con los almorávides a las puertas, pidió que embalsamaran su cuerpo y lo montaran en su caballo, Babieca, con la espada Tizona en mano. Así, muerto pero aún imponente, lideró su última carga y sembró el terror entre los enemigos. Aunque probablemente sea mito, muestra hasta qué punto El Cid se convirtió en símbolo de valor eterno.Tras su muerte, su esposa Jimena defendió Valencia hasta 1102. Finalmente, la ciudad fue evacuada, pero sus restos fueron llevados al monasterio de San Pedro de Cardeña. Allí reposó durante siglos, envuelto en gloria, leyenda y respeto.