Las murallas de Cádiz, o recinto abaluartado de Cádiz, se encuentran en la localidad del mismo nombre, rodeando literalmente toda la isla sobre la que se asienta el casco histórico de la ciudad.
La ciudad de Cádiz fue tradicionalmente lugar de asedios y combates. Ante sus murallas se situaron las fuerzas inglesas, holandesas y francesas. Por ello, desde fechas muy tempranas Cádiz tuvo que ser fortificada, creándose una serie de amurallamientos que han terminado dando a la ciudad una imagen muy característica.
Inicialmente, la Cádiz medieval ya era una ciudad completamente fortificada que el rey Alfonso X el Sabio había ordenado reconstruir dada su importancia estratégica. El recinto amurallado medieval sólo tenía tres lienzos de muralla puesto que la defensa del cuarto lado la aseguraba el acantilado que daba al mar.
Desbordada la ciudad medieval, Cádiz también quedó paulatinamente cercada durante los siglos XVI, XVII y XVIII por un potente muro perimetral que defendía los nuevos barrios que iban creciendo a extramuros y que remarcaba aún más el sentido de isla. El castillo de San Sebastián y el castillo de Santa Catalina rematan la gran fortificación inexpugnable en la que se convierte la plaza de Cádiz.
La ciudad histórica queda separada así del istmo que la une a la isla de San Fernando por el frente de Tierra, comúnmente llamado Puertatierra. Esta parte de las murallas fue la que mayor número de intervenciones y reformas tuvo, quedando su configuración fijada a mediados del siglo XVIII con dos semibaluartes, llamados de San Roque y Santa Elena o Benavides, unidos por un lienzo de muralla con la puerta de la ciudad, la puerta de Tierra y anteriormente la puerta del Muro (actualmente cegada), y un pesado torreón defensivo sobre ella.
Desde este punto la muralla se extiende envolviendo toda la isla gaditana. Hacia la derecha se despliega el frente Portuario, que incluye los baluartes de Santiago y de los Negros, la puerta del Mar, la plataforma de La Cruz o de Santa Cruz, la puerta de Sevilla, el baluarte y puerta de San Antonio, el baluarte y puerta de San Carlo, y la Batería de San Felipe. De este frente se mantienen los extremos: el Baluarte de Santiago de un lado, y del otro la Batería de San Felipe y dos de los tres lados del baluarte o murallas de San Carlos.
Desde San Carlos (las murallas de San Carlos), cuya construcción fue concluida en el año 1784, arranca toda la zona oeste del cinturón amurado, es decir, el frente Marítimo o de Poniente que protegía la entrada al puerto y que estaba constituido por diversos tramos dominados por baluartes de entre los que destaca el mayor y más adelantado respecto a la línea de muralla, el de Candelaria. Le antecede el de la Escalerilla y le siguen el de La Soledad o La Bomba (actualmente paseo de Santa Bárbara; se sitúa en él un aparcamiento subterráneo en el que puede verse un tramo del lado interior de la muralla del baluarte) y el del Bonete, originariamente de San Agustín (junto a la explanada conocida como Campo de las Balas); de éste último sólo quedan algunos restos. Luego, en el frente de La Caleta de Santa Catalina (La Caleta), las plataformas de San Pablo y San Pedro, el baluarte del Orejón y la puerta de La Caleta.
El último tramo de la muralla es el correspondiente a la parte sur y recibe el nombre de murallas del Vendaval o del Campo del Sur o murallas de San Miguel y San Rafael. Si la presencia del mar siempre suponía un reto para las obras, esta zona es la que mayores problemas generó. Tras numerosos derrumbes, su amurallamiento había quedado paralizado a finales del siglo XVII. En 1719 se realizan nuevos intentos que quedan paralizados en 1723, intentándose en 1747 nuevas reparaciones. Pero el gran interés por cerrar esta parte de la isla llegó a raíz del temporal acaecido en 1765. Como consecuencia del mismo se suceden intervenciones de los ingenieros militares Juan Caballero, Silvestre Abarca, Luis Huet, Juan Martín Cermeño. Pero fue Tomás Muñoz el encargado en 1788 de llevar a cabo el proyecto de reconstrucción que se extendió hasta 1791, abarcando la zona comprendida entre el flanco del Matadero y el flanco de Capuchinos. Su idea era crear una playa artificial tras la cual un batidero daría paso a la muralla. Tomás Muñoz consiguió cerrarla, pero en 1792 ocurrieron nuevos derrumbamientos por la fuerza del mar. Durante el siglo XIX las fracturas continuaron, casi siempre en la misma zona, pero el trazado ya estaba realizado definitivamente. Éste comprendía los baluartes de los Mártires y Capuchinos y los flancos de Capuchinos, San Rafael/Puerto Chico, San Miguel, San Nicolás y del Matadero (este último apenas reconocible). Desde este punto enlaza la muralla con el frente de Tierra dándose por cerrado el cinturón amurado de Cádiz.
Para fortificar aún más su defensa por tierra, se complementó el recinto murado con la construcción de un gran conjunto fortificado independiente ante el foso del frente de Tierra, constituido por la llamada obra coronada, un segundo foso, los glacis y el glacis avanzado o ante-glacis. Todo este conjunto se conoce genéricamente como los glacis de Puerta Tierra.
Pero aún en el siglo XIX, y debido a la invasión francesa, se hizo necesario extender más el perímetro amurado, construyendo en la zona actualmente conocida como de Cortadura las murallas de la Cortadura de San Fernando, que aún existen y cierran el acceso de la ciudad contemporánea.
La estructura de las Murallas de Cádiz responde al sistema, ideado por Vauban, de fuegos cruzados mediante castillos y baluartes. Desde el frente de Tierra y en sentido antihorario, los elementos del recinto fortificado de Cádiz son los siguientes:
Frente de Tierra o Baluarte de Puerta de Tierra:
Frente Portuario:
Frente Marítimo o de Poniente:
La Caleta:
Muralla del Vendaval o Campo del Sur:
Elementos destacables son las puertas de Tierra, el lienzo de Murallas de San Carlos, el Baluarte de La Candelaria y La Caleta.
Se encuentra en buen estado de conservación. En la actualidad de todo el recinto amurado sobrevive buena parte y en muy buen estado. El frente de Tierra permaneció intacto hasta que en la década de los cuarenta del siglo pasado fue horadado por dos amplios arcos que permitían la comunicación viaria con la tercera zona de expansión de la ciudad. Con el mismo sentido se derribó parte del Baluarte de San Roque. Del resto tan sólo ha desaparecido el tramo central del frente portuario, del que se mantienen el Baluarte de Santiago (como aparcamiento al aire libre), un fragmento de la plataforma de La Cruz (en un aparcamiento subterráneo), la Batería de San Felipe y parte del Baluarte de San Carlos (las Murallas de San Carlos), incluyendo éste último en su interior cinco manzanas de viviendas particulares y cuya muralla fue también perforada por sendos arcos que facilitan el tránsito viario.
Es de acceso libre.
Está protegido por la declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949 sobre la protección de los castillos españoles (BOE núm. 125, de 5 de mayo de 1949) y por la Ley 16/1985, de 25 de junio, de Patrimonio Histórico Español (BOE núm. 155, de 29 de junio de 1985).
MonumentalNet agradece la colaboración de Luis Carlos Gargallo Martínez